sábado, 31 de marzo de 2012

Fascismo social y financiero en Europa

Jesús Fernández Pazos

Aludíamos recientemente, en una afirmación concluyente, que asistimos en este tiempo a los prolegómenos de un golpe de estado, con la clara pretensión de instaurar una época de fascismo social y financiero en Europa. Dicho nuevo régimen estaría total y absolutamente dominado por la clase económica y financiera, con nombres y apellidos por mucho que pretendan esconderse detrás de eufemismos como “los mercados”. Son aquellos (en su inmensa mayoría hombres) que se sientan en los consejos de administración de las entidades financieras, así como otros, o los mismos, que acuden regularmente a las reuniones de la Trilateral, el Club Bilderberg, Davos, el FMI, el BM y el BCE.
Algunas de las bases para sustentar esta afirmación las encontrábamos en los cambios unilaterales e inconsultos de los textos constitucionales en diferentes países europeos. También en el hecho, atentatorio contra la soberanía popular, de sustituir gobiernos elegidos democráticamente en las urnas por otros, tecnócratas les llaman, elegidos en cónclaves económico-políticos sin autoridad democrática para ello.
Constatamos y subrayamos ahora que mientras decisiones del nivel anteriormente señalado se han tomado casi en cuestión de días, sino de horas, otras resoluciones como la desaparición de los paraísos fiscales o la imposición de una tasa a las transacciones financieras, se alargan indefinidamente en el tiempo hasta que su dilación produzca su olvido. Es decir, aquellas decisiones que allanan el camino hacia lo que el poder económico ambiciona se toman de forma rápida y se trasladan a la clase política, verdadera y simple administradora del primero, para su imposición. Por el contrario, aquellas otras decisiones que pueden aumentar el control sobre esos poderes y recortárselo incluso, no se consideran de prioridad y se diluyen en interminables conversaciones sobre posibles medidas contra la crisis, sabiendo que no tienen intención alguna de tomar determinaciones en esa dirección.
Sumamos ahora un elemento más de este proceso fascistizante y también determinante del mismo: el miedo inoculado a la población. Mediante éste la sociedad asiste con, en algunos casos, aparente despreocupación, pero en los más, con hipnótica sumisión a las continuas y cruzadas informaciones sobre la crisis y las medidas consiguientes que suponen la eliminación de los derechos, sociales y económicos ahora, pronto quizá también políticos, que las luchas de los siglos XIX y XX consiguieron arrancar a las clases dominantes.
Muchos de esos derechos se han conseguido, en esos siglos, por el miedo en que se veían inmersas las clases económicas dominantes ante la disyuntiva de las concesiones sociales justas o las posibles rebeliones populares. Es esa amenaza, unida a la determinación de lucha, la que fue consiguiendo arrancar derechos fundamentales que hoy nos quitan. El giro en la situación está siendo profundo y hoy, en un vuelco de la historia, las clases dominantes han perdido el miedo, usándolo ahora como un arma en este ataque sin precedentes a los derechos conquistados.
Pero el miedo tiene otras dos dimensiones intrínsecas, como es la generación de pasividad y de fatalismo para que nada cambie sino que, en el mejor de los casos, se reforme pero sin alterar las bases estructurales del sistema dominante. Y esa reforma se orienta continuamente al aumento del poder y de los beneficios de las clases económicas dominantes. Así, en estos años de crisis, desde el 2008, hemos asistido a un proceso en el que paulatinamente, las medidas que se han tomado han sido cada vez más descaradas, más insolentes, más sin vergüenza alguna en el camino de robo permanente de los derechos sociales y laborales adquiridos.
Primero se nos decía que la crisis era coyuntural y se identificó a algunos culpables como especuladores y banqueros ávidos de aumentar sus beneficios por medio de las famosas hipotecas basura, aunque no se tomó medida alguna contra ellos. Se remarcaba al mismo tiempo que esa crisis era cíclica y nunca estructural, por lo tanto no demostraba el agotamiento del modelo y la misma se solucionaría una vez se limpiaran los activos contaminados, se sanearan los empresas inmobiliarias, de seguros y bancos y se acotaran algunas sencillas reglas de mercado para una nueva época de bonanza que pronto llegaría.
Después, ante la profundidad cada vez mayor de la recesión, se reconoció una cierta crisis del capitalismo y como se imponía la urgencia por poner coto a la excesiva e irresponsable voracidad de los mercados en su búsqueda incesante de más y más rápidos beneficios. Se empezó, tímidamente, a hablar de la conveniencia de ciertas medidas correctoras a esa acumulación de riqueza, de eliminar los paraísos fiscales, de gravar con nuevas tasas a las transacciones financieras, de…, y ahí saltó la alarma de quienes hoy se demuestran como verdaderos y facciosos poderes imponiendo el miedo a la población y controlando el sistema político.
Era fácil. Hundir a determinados países, siendo éstos los periféricos del mundo rico (Grecia, Portugal, Irlanda) para que el ejemplo fuera más contundente, haciendo nítida la amenaza permanente hacia otros, más próximos al centro de ese mundo. Surgen ahora, como de la nada, las llamadas crisis de la deuda soberana, los enormes déficits públicos y desaparecen los anteriores culpables. Los especuladores, los banqueros, las compañías de seguros, ya no están en el centro del debate, ya no son parte directa en las demandas de responsabilidades. Ahora lo son los estados y, con ello, se muestra a la clase política quien es el que manda realmente y lo conveniente que es olvidar esas medidas atisbadas, que no es que fueran a acabar con el sistema capitalista sino que simplemente querían refundarlo para mayor gloria de sí mismo.
Asistimos con cierta perplejidad a las noticias sobre el progresivo e imparable deterioro de las condiciones de vida de la población en Grecia, las dificultades para llegar a fin de mes de la de Portugal o Irlanda y solo queremos que ese vendaval que todo se lo lleva no nos alcance. Ese es el miedo introducido, acompañado de fuertes dosis de pasividad y fatalismo, que nos inmoviliza, permitiendo que los recortes de derechos sociales y laborales se nos impongan como el mal menor que nos anuncian continuamente. Son medidas duras, dolorosas de tomar para la clase gobernante, pero necesarias para crear las condiciones para salir de la crisis, se nos dice continuamente, a fin de que no protestemos, de que acatemos, de que no pensemos en otras opciones posibles.
Pero es que el poder sabe perfectamente que el miedo, además de allanar en este caso el camino al fascismo social y financiero, obstruye también las posibilidades reales para la transformación necesaria y factible del modelo dominante en su globalidad. Genera la convicción (fatalismo) de que nada se puede cambiar y que solo nos resta salvar lo posible respecto a lo que fuimos y tuvimos (personas con derechos).
Pero esta situación que hoy vivimos no es nueva, aunque como tal creamos sentirla. Gran parte de estas medidas han sido ya ensayadas en otros continentes. Por ejemplo, las políticas más ortodoxas del neoliberalismo, las que hoy vivimos en Europa, en gran medida ya se pusieron en marcha en América Latina a lo largo de los años 80 y 90 del siglo pasado: la privatización absoluta de lo público, el empobrecimiento de las mayorías, las medidas de ajuste estructural impuestas por el FMI y el BM… Y todo ello generó el aumento de la miseria y pérdida de más y más derechos provocando posteriormente la rebelión continua de la población; rebeliones que han traído la oportunidad de construir nuevos modelos de sociedad con una redistribución más justa de la riqueza y con todos los derechos para todos/as. Pero el aprendizaje que se desprende de estos procesos no es la edificación de un nuevo modelo dominante, sino la demostración de que es posible, de acuerdo a las condiciones de cada territorio, la construcción de alternativas que pasen por nuevos modelos políticos, económicos y sociales. Para ello, el primer gran paso, reside en sacudirse el miedo, la pasividad y el fatalismo y eso está en nuestras manos y es nuestra decisión.

7 comentarios:

  1. Personalmente, en el artículo este que has colgado Marius -mis saludos- no creo que eso se pueda dar a día de hoy. No puede darse ni debe darse una dictadura económica, viendo lo que pasó ayer.
    No pasamos por eso, ni vamos a tragar la mierda que nos echen.No nos vamos a dejar como en Grecia o Italia. Aquí si echamos a alguien, vamos a ser nosotros. No van a venir desde Bruselas ni desde Alemania o Francia a echar a nadie.
    Si hay que echar a alguien seremos notros quienes lo hagamos.
    Por cierto, deberíais haber puesto en el blog que estábamos de huelga ayer, aunque lo supiéramos todos - eso va por Cronos-. Estuve a punto de poner una entrada, pero me contuve, como no podía ser de otra manera.

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    1. Saludos VK, lo que está sucediendo en España sucede también en el resto de Europa, no solo aquí, el fascismo se está globalizando, empezando por Estados Unidos, y la lucha contra él debería ser internacional, y ya he puesto esta mañana una entrada que se refiere a la huelga de ayer, que, por cierto, fue espléndida.

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  2. No suelo ser optimista. Nunca lo soy, pero no nos la van a colar. Esta vez NO. Estamos muy escarmentados ya. Irán poco a poco, pero no somos tan imbéciles como ellos se creen. Y no estamos tan desunidos, ni somos tan tontos como se creen. Nos infravaloran, y esa será su tumba.

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    1. Que todos los revolucionarios de este mundo te oigan, yo también espero que sea su tumba.

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  3. Su tumba política ya se la han labrado a conciencia. ( ¿Es tarde hoy también eh? )

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    1. Sí, es tardísimo, jajajaja. Tú y yo somos los más noctámbulos del mundo, menos mal que mañana es sábado y no tenemos que madrugar. Abrazos y más abrazos

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  4. Te deseo buenos sueños. Alejémonos de la política, al menos en esos pocos momentos en los que no nos dediquemos a intentar cambiar el mundo...Un beso María.

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