La Organización de Unidad Africana se reunió en Addis Abeba, Etiopía,
en los últimos días de julio de 1987. Y allí estaba. Con su
uniforme caqui y su fuerte sentido del humor, Thomas Sankara, el
revolucionario presidente de Burkina Faso, el Che Guevara de África,
hizo su último discurso y se apoderó de los corazones de los pobres y
explotados del mundo. Para siempre.
“No podemos pagar la deuda.
Primero porque si no la pagamos los prestamistas no morirán. Eso es
seguro. Pero si pagamos, nosotros sí moriremos. Eso también es seguro”,
dijo. Y siguió diciendo: “Los que nos condujeron a endeudarnos jugaron
como en un casino. Mientras tuvieron beneficios no hubo discusión. Pero
ahora, cuando sufren pérdidas, exigen el pago. Y hablamos de crisis. No,
señor presidente, jugaron y perdieron. Son las reglas del juego y la
vida sigue adelante”.
Pero Sankara sabía demasiado bien que no
podía resistir él solo. Y por lo tanto rogó a los demás jefes de Estado
africanos que siguieran su ejemplo: “Si Burkina Faso está sola en su
negativa de pagar la deuda, no estaré aquí en la próxima Conferencia”,
dijo, proféticamente.
Thomas Sankara, el hombre que creía que se puede asesinar a los
revolucionarios pero no sus ideas, no llegó a la siguiente Conferencia
de la Organización de Unidad Africana. Fue asesinado tres meses después
de su famoso discurso de Addis Abeba. Su asesino está aún en el poder en Burkina Faso: el presidente Blaise Compaoré.
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