jueves, 1 de marzo de 2012

Huelga indefiida



La banalidad



No hace mucho escuchamos al presidente italiano afirmar, con toda la seriedad que le seamos capaces de otorgar, que los trabajos fijos eran fuente de monotonía y por tanto de aburrimiento. Sin duda es más excitante levantarte a las seis de la mañana con una dirección en la mano y que tengas que ir a un pueblo perdido de la mano de dios porque allí espera alguien que te da cinco horas de trabajo. Al día siguiente tienes otra dirección en otro pueblo o quizás en otro barrio, y con suerte esta vez la cuenta asciende a ocho horas. Puede que las cinco horas anteriores te las paguen a diez o a siete y que las ocho horas del día siguiente sean a cinco con cincuenta. Mejor esto que el aburrimiento. Mejor la tensión de no saber si a final de mes las horas acumuladas dan para pagar el alquiler que un sueldo fijo en un trabajo fijo, sin apenas subidones de adrenalina. En otras palabras, el capitalismo que se avecina va a ser divertido.
Días antes o días después el presidente del estado español decía por un lado vivir en el lío y por otro que la reforma laboral que planea le va a costar una huelga general. Podemos pensar que al ser el trabajo de presidente un trabajo temporal, y siguiendo las declaraciones de Monti, éste no es para nada aburrido, lo cual venía a confirmarse con la sonrisa divertida que acompañaba a sus palabras. En este sentido, la huelga general formaría parte de la diversión del presidente del gobierno, un día movidito que hay que aguantar, una penitencia que forma parte del juego político. En definitiva, no hay ningún presidente del gobierno que no haya tenido su huelga general. Bienvenido al club presidente, ¿a que no ha sido para tanto?
Hay en ambas declaraciones una intención de convencer. Así, Monti, pretende convencer mediante la asunción de que es mejor una vida llena de incertidumbres que una vida monótona y repetitiva. Rajoy persigue un doble convencimiento: por una parte pretende convencer a los mercados de que su reforma se ajusta tanto a lo que esperan que va a provocar la reacción de unos sindicatos mayoritarios ya de por sí solícitos a aceptar lo que se les ponga encima de la mesa; y por otra convencer de que la huelga general es inútil, pues las decisiones ya están tomadas y por tanto son inamovibles. En otras palabras, se nos pretende convencer de que la precariedad laboral es una forma de vida y de que la huelga general forma parte del protocolo de aprobación de las reformas laborales, que forma parte de un ritual que en lugar de negar avala la decisión del gobierno, o por qué no, un certificado de calidad de dicha reforma, de ahí su inutilidad a efectos de una lucha.
Pero cuando en estas intenciones de convencer se apela al divertimiento, por un lado, o se le superpone una sonrisa jocosa, por otro, no podemos dejar de pensar que se intenta convencer desde la banalidad. Así, se banaliza por un lado el trabajo y la vida del trabajador en función de su grado de diversión e incertidumbre, y se banaliza la huelga general en tanto que figurante imprescindible en el drama cíclico de la reforma laboral. Banalización justo en el momento en que las cosas se van a endurecer más para aquellos a los que buscan convencer. Banalización que transmite un sentimiento de impotencia. Impotencia de unos mandatarios que solo siguen el guión que les han impuesto y que intentan trasmitir a una población contra la que cargan el peso de la deuda.
El problema está en que al asumir la impotencia se asume la indefensión. No hay defensa posible, nos quieren decir, de ahí que solo sea posible banalizar, ante todo, las vidas. Volvemos a recordar que Monti apelaba a la diversión y Rajoy se mostraba jocoso. Asimismo, la huelga general que antaño fue la mejor manera en que los trabajadores, las vidas, defendían y exigían sus derechos, tan solo servirá como un día de desquite tras el cual comenzará la diversión con los contratos de dos horas. Banalización de las vidas y sus defensas.
Llegado a este punto hay que aclarar que en último término todo esto ocurre en tanto se siga asumiendo la impotencia. Quizás la única manera de romper con la banalidad no es mediante un día de huelga, sino más bien una huelga indefinida que restituya, en un primer momento, la potencia del pueblo en la calle. Es quizás cuando una mujer de cincuenta años con tres hijos que mañana tiene seis horas quitando las hojas de un jardín y pasado mañana hecha dos pasando la fregona a una escalera, pueda volver a tener esperanzas. De lo contrario, tan solo queda reírse amargamente del destino.

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