sábado, 3 de marzo de 2012

Por una marea gris


Quizá formes parte del millón largo de personas que han perdido su trabajo desde que lanzamos la crónica de esta acción que convocaba en directo y por sorpresa, desde las cámaras de la televisión pública francesa, una huelga de parados para visibilizar su situación y reclamar soluciones. O quizá ya por entonces estuvieses entre las más de cuatro millones de paradas que la hicieron necesaria, o contribuyas al próximo millón que obligará a más y más profundas acciones. Puedes seguir esperando que vengan mejores tiempos, creyendo que “las lágrimas de hoy enjugarán las de mañana”, pero lo que marcan los indicadores y lo que nos auguran nuestros políticos es que nuestras expectativas son nulas (el paro seguirá aumentando), que nuestra pobreza será crónica (las ayudas seguirán disminuyendo) y que no nos quedará ni el recurso a la depresión (los servicios sociales se seguirán recortando).

Quienes tienen que entregar la mayor y más lúcida parte de su vida a sostener este sistema insostenible tienen derecho a sentirse expropiados por los que no trabajan, pero lo cierto es que nadie quiere caer en tal situación, ni ver tampoco a esa multitud “liberada” disputarle su condición de esclavo. Estar parado es vivir en el túnel de la muerte, con la tortura incesante de una expectativa. Es pasarse la vida buscándola, perder el tiempo en perder el tiempo. Miseria material, y miseria moral de estar de sobra. Es bastante común y comprensible que el parado se pierda el respeto cuando no consigue ser útil ni apreciado.

Tradicionalmente los trabajadores han podido afirmar su dignidad mediante el derecho de huelga, es decir mediante la denegación de su fuerza de trabajo y la paralización de la producción. Cada vez menos, pues todos somos ya potencialmente innecesarios, pero ¿cómo podría afirmarla alguien a quien se le ha hurtado esta misma fuerza, los medios de expresar su soberanía? ¿En qué consistiría una huelga de parados? Las formas tradicionales de lucha parecen haber entrado en crisis en la sociedad actual y deben redefinirse para incluir no solo a la masa creciente de parados, sino también a los trabajadores precarios que no pueden acogerse a ellas.

Parece que, por simple transposición dialéctica, una huelga de parados solo podría consistir en ponerse en marcha, en forzar la afirmación y el desarrollo de las propias capacidades, pero ¿en qué ámbitos? Claro que hay que huir de la degradación personal y de la atrofia, pero lanzarse a una disputa desenfrenada de las cada vez más exiguas migajas que ofrece el mercado de trabajo no es desde luego una solución colectiva que pueda acabar con la situación. Por otro lado, entregarse a una actividad voluntaria con el único fin de participar en la comunidad, como ha sugerido recientemente la alcaldesa de Madrid, supone aceptar un papel de esquiroles. Si no sirves, no sirvas. 

Hay que pasar de la actividad a la acción. Esto solo puede hacerse colectivamente, vinculando esfuerzos, reconociendo que formamos parte de una comunidad cada vez más amplia, cualificada y diversa, una sociedad dentro de la sociedad. Toda esta potencia que el sistema no es capaz de absorber sin poner en cuestión el principio de escasez bajo el que se sustenta no debe simplemente desaprovecharse. Cuando todo se derrumba es precisamente cuando más falta hace construir, ensayar alternativas, y hay mucho por hacer hoy.

Un grupo genera un entorno, desarrolla una dinámica propia y un contexto relacional distinto. Un grupo produce realidad, y en el caso de un sector de la población que ha sido excluido no queda más remedio que buscar una realidad alternativa. En el grupo nos hacemos visibles, salimos de la triste caverna del fracaso personal a la luz violenta de la mirada que nos reconoce. Y en grupo nos hacemos también reconocer como fuerza social reprimida, ya no somos objeto de desprecio, sino de respeto.

Algo que en primer término puede hacerse es aumentar esta visibilidad proyectándola de forma consciente mediante la acción. No se trata solo de acudir en masa a concentraciones donde los medios nos dirán cuál es nuestro papel en el drama social, sino de hacer proliferar pequeñas acciones que pongan de manifiesto nuestro propio drama. El absurdo de nuestra situación está de nuestra parte: podemos formar piquetes de parados armados de cepillos dispuestos a “barrer” las escaleras del Congreso, brigadas de mendigos al asalto de los bancos, colarnos en el metro e identificarnos exhibiendo nuestro carnet de parado, avalado por una página web y una amplia red social.

El parado no debe nada a la sociedad. Aunque no tenga dinero, tiene derechos que le corresponden como ser humano ante la colectividad, por ejemplo a una vivienda digna. El individuo que ha sido excluido del sistema productivo puede aplicar su tiempo, su talento y su entusiasmo a la rehabilitación de edificios abandonados, procurándose de esa forma un techo y haciendo un bien a la comunidad, abriendo caminos y convirtiendo su espacio en una plataforma para futuras rehabilitaciones. Por suerte, algún periodista en paro le echará una mano desde las redes alternativas, y algún abogado en paro le dará cobertura legal. En algún punto esta acción colectiva que nos ha permitido reconocernos y hacernos visibles puede hacernos también autónomos desarrollando estructuras propias, redes asistenciales, dinámicas de intercambio.

El parado es la imagen que busca su reverso, la prueba de que el viejo mundo se desploma y la posibilidad de gestionar un mundo distinto. Es la figura clave del nuevo paradigma.

Marea Roja

Huelga de Parad@s y Precari@s 

Plataforma de Parados

Asamblea de Parad@s (Madrid)


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