domingo, 11 de marzo de 2012

La política de la deuda del FMI hasta 1989

En Octubre de 1983 The Wall Street Journal se asombraba de tener que informar que las cuestiones políticas nacionales se estaban introduciendo en la deuda internacional.
Los banqueros al parecer se estaban preocupando porque las manifestaciones, asaltos a supermercados y algaradas pudieran sabotear los paquetes de rescates.  Nadie había pensado, informaba el Journal, de que las masas del pueblo que son echadas de su trabajo, ven reducidos sus salarios y encuentran sus alimentos básicos a precios exorbitantes, puedan levantarse y mezclarse de hecho con los delicados equilibrios financieros tan ‘inteligentemente’ construidos por el Fondo Monetario Internacional y los bancos.
Las fórmulas del FMI para la estabilización conlleva numerosas anomalías.
Una prescripción fundamental es la de reducir los gastos del Gobierno como manera de reducir la demanda global de un país. A seguir a los gastos en armamentos el otro gran gasto en la mayoría de los presupuestos de los países en vías de desarrollo son los subsidios de alimentación. Los presupuestos armamentísticos se consideran sacrosantos de manera que las reducciones ordenadas por el FMI del gasto público se limitan normalmente a los subsidios de alimentos. Esto conlleva obviamente rápidas subidas en los precios de los alimentos básicos de la población.
Aplicada esta receta a Perú en 1979, significaba según se lamentaba el presidente del Banco Central
la muerte de 500.000 niños.
Otros efectos colaterales indeseables de los planes de estabilización del FMI fueron explicitados por Richard Gerster, suizo, especialista en desarrollo: el FMI intenta conseguir que las fronteras estén abiertas al flujo comercial aún cuando el país en cuestión tenga déficits comercial. Cuando un país necesita reducir su déficit descubre muchas veces que lo más sencillo es limitar cierto tipo de importaciones prohibiendo su entrada en el país.  El FMI comprometido con el libre comercio quiere conseguir el mismo efecto devaluando la moneda del país, haciendo más caras las importaciones y reduciendo los gastos del Gobierno. Pero esto no significa que sólo se importe aquellos bienes necesarios para el crecimiento económico.
En Filipinas después de quitar los controles a las importaciones en 1979, éstas crecieron un 68 % (coches de lujo, televisores y electrodómesticos) y las exportaciones sólo crecieron un 7 % en el mismo período, agravando el déficit del país y la deuda. Los asesores del FMI alabaron la decisión de Haití de levantar las restricciones de importación de coches de lujo. El FMI pidió que se quitaran todos los controles sobre todas las importaciones del ramo del automóvil. Los economistas del FMI ignoraron la cuestión de si los intereses económicos de Haití, el país más pobre del hemisferio occidental estaban mejor servidos con la libre importación de nuevos Mercedes.
El libre comercio era lo importante.
Gerster utiliza estos ejemplos para documentar sus tesis sobre los nocivos efectos de los programas del FMI. Las fórmulas de la agencia aplicadas a los países hace más difícil atender las necesidades humanas básicas. Los planes del FMI consiguen  que los alimentos básicos y los servicios como los transportes de masas sean mucho más caros. Hacen disminuir los incrementos de los salarios nominales, lo cual significa que las capas más bajas de la población carguen con lo más duro del ajuste. Los planes de estabilización implican normalmente una recesión con lo cual se incrementa el desempleo.
La oferta de bienes básicos se limita ampliamente.
En el plano nacional los planes del FMI tienden a agravar las tensiones sociales, a disminuir las reformas sociales y alentar la represión política. En el plano internacional las prescripciones del FMI favorecen a las grandes empresas, lo cual significa una concentración de la industria del país y la perjudican en relación a las corporaciones multinacionales.
Incrementa la dependencia exterior incrementando la deuda externa.
Desde su fundación al finalizar la II Guerra el FMI ha sido el instrumento elegido para imponer la disciplina financiera de los países industrializados sobre los países pobres, detrás de la fachada del multilateralismo y de competencia técnica.
El FMI funciona como un alter ego de los EEUU dado que su objetivo es mantener el orden económico que los EEUU  y sus aliados quieren.
Otros críticos del FMI sostienen que el único objetivo de la organización consiste en mantener libres los flujos de capital para beneficio de los países industrializados.
El FMI se fundó para evitar las devaluaciones competitivas porque demasiados países habían utilizado la devaluación antes de la II Guerra como arma comercial. Ahora la ironía es que el FMI pasa buena parte de su tiempo obligando a los países en vías de desarrollo a devaluar sus monedas.
Cuando Suecia hizo una devaluación del 18% en 1982 fue a hacer un estudio y reñir amablemente al país.  El FMI no tiene poder para hacer que Suecia, EEUU, Japón, Reino Unido, Francia, China y otros, acaten sus mandatos y de hecho ninguno de estos países industrializados reconoce la autoridad del FMI para pedirles algo. 
De hecho la autoridad del FMI no es más que una ilusión. Es simplemente el hombre de paja adecuado para los poderes reales.
El FMI sólo es un club. Son los gobiernos y los bancos los que lo manejan. El FMI no tiene autoridad, es solamente una coartada para los países poderosos para imponer su política en los países menos poderosos.
El FMI es de hecho lo que dice ser, un auxiliar técnico. Pero no hay tecnócratas que sirvan a objetivos vagos y altruistas. Sirven los intereses y la ideología de los países industrializados que fundaron el FMI y el BM precisamente para ello.
La agencia es simplemente un mecanismo disciplinario, insiste en un plan aprobado por los banqueros, sea cual sea el coste interior para el país en cuestión.
El FMI no es una institución democrática que se basa en un hombre un voto.
Se trata más bien de un oligopolio basado en un dólar un voto.
Las cinco naciones mayores controlan de hecho la agencia y determinan su política.
Pero todo cambió en 1989 con el Consenso de Washington.
Resumen del libro El shock de la deuda. 1984. Editorial Planeta.
  

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